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La estatua del Príncipe Feliz y una golondrina son los protagonistas de una historia de generosidad y amor. La dorada figura, que llora por las injusticias de la ciudad, pide a la golondrina que reparta sus joyas y oro a los necesitados. A través de actos de caridad, ambos personajes dejan una huella imborrable de compasión en la ciudad, culminando con el sacrificio final de la golondrina y el corazón roto del Príncipe.
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La estatua del Príncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, recubierta de finas láminas de oro y con ojos de zafiros y un rubí en su espada
La estatua era objeto de admiración y fuente de orgullo para los habitantes de la ciudad, a pesar de las críticas de algunos por su falta de utilidad
La estatua ofrecía consuelo a los niños del orfelinato, quienes la imaginaban como un ángel al salir de la catedral
La golondrina, que había perdido a su bandada, llegó a la ciudad en busca de refugio para pasar la noche
Tras un verano de amorío con el junco, la golondrina decidió retomar su viaje migratorio hacia Egipto
Por casualidad, la golondrina se posó sobre la estatua del Príncipe Feliz, sin sospechar que este encuentro marcaría un giro en su destino
A pesar de su nombre, la estatua del Príncipe Feliz ocultaba una profunda tristeza en su interior
Conmovido por las injusticias de la ciudad, el Príncipe solicitó a la golondrina que le sirviera de mensajera
La primera tarea encomendada por el Príncipe a la golondrina fue entregar el rubí de su espada a una costurera empobrecida cuyo hijo estaba enfermo
Inspirada por la generosidad del Príncipe, la golondrina accedió a permanecer una noche más para ayudar a un joven escritor en dificultades
Con cada acto de caridad, la golondrina experimentaba un creciente sentimiento de amor y compasión
La golondrina comprendió que su vida estaba llegando a su fin y decidió quedarse al lado del Príncipe para cumplir una última petición, dejando así un legado de amor y compasión en la ciudad y sus habitantes