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La unión dinástica de Castilla y Aragón forjó la base de la España moderna. Isabel I y Fernando II, conocidos como los Reyes Católicos, implementaron reformas clave para centralizar el poder y fortalecer la monarquía. Su política religiosa, incluyendo la Inquisición, buscó la unificación de la fe. La conquista de Granada y el descubrimiento de América marcaron el comienzo de la expansión territorial y colonial española, cuyo legado fue heredado por Carlos I, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
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El matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón en 1469 unió los reinos de Castilla y Aragón
A pesar de la unión personal, los reinos de Castilla y Aragón conservaron sus propias leyes, instituciones y cortes
La victoria de Isabel I en la guerra civil castellana y el Tratado de los Toros de Guisando reforzaron su legitimidad como reina de Castilla
Los Reyes Católicos crearon los Consejos Reales para centralizar y fortalecer el poder real
La reestructuración de la administración de justicia permitió a los Reyes Católicos consolidar su control sobre los distintos territorios
La Santa Hermandad actuó como una fuerza policial para mantener el orden público y reducir la influencia de la nobleza
Los Reyes Católicos se esforzaron en unificar la fe católica en sus dominios a través de la Inquisición y el Patronato Regio
La Inquisición se convirtió en un instrumento de control social y religioso dirigido principalmente contra los judíos y musulmanes convertidos al cristianismo
La conquista del Reino de Granada en 1492, presentada como una cruzada, permitió la expansión territorial de la Corona de Castilla y la incorporación de nuevas tácticas y tecnologías militares
El nieto de los Reyes Católicos, Carlos I de España, heredó su legado político y territorial, convirtiéndose también en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
El descubrimiento de América en 1492 por Cristóbal Colón, financiado por Isabel de Castilla, abrió una era de exploración y expansión colonial que redefinió la historia mundial
La abdicación de Carlos I en 1556 dividió sus posesiones entre su hijo Felipe II, quien heredó España y sus colonias, y su hermano Fernando, quien recibió el Imperio germánico