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Las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, son esenciales para una conducta ética. Junto a las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, orientan al ser humano hacia el bien supremo. Estas virtudes, infundidas por la gracia divina, se complementan con los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan la capacidad de vivir según la voluntad de Dios.
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La prudencia permite discernir y elegir correctamente los medios para actuar bien
La justicia se encarga de dar a cada uno lo que le corresponde y mantener el equilibrio en las relaciones interpersonales
La fortaleza proporciona la resistencia necesaria para enfrentar dificultades y perseverar en la búsqueda del bien
La templanza modera los apetitos y pasiones para mantener el control y el equilibrio
Las virtudes teologales, como la fe, la esperanza y la caridad, son dones sobrenaturales que nos orientan hacia Dios y son esenciales para la salvación
Las virtudes morales infusas, como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, perfeccionan las facultades humanas en orden al bien sobrenatural
La caridad es la mayor de las virtudes teologales y perfecciona y da vida a todas las demás
La esperanza es esencial para el desarrollo espiritual y se establece primero, ya que proporciona el conocimiento necesario de Dios
La fe es fundamental para abrirnos al conocimiento y la confianza en Dios y sus promesas
Las virtudes infusas son otorgadas directamente por Dios y orientan los actos humanos hacia el bien sobrenatural
Las virtudes adquiridas se desarrollan a través de la práctica y el hábito, guiadas por la razón humana
La sabiduría es un don del Espíritu Santo que permite al creyente actuar bajo la influencia directa de Dios
La fortaleza es un don del Espíritu Santo que complementa y perfecciona las virtudes, permitiendo al alma responder adecuadamente a las mociones divinas
El temor de Dios es un don del Espíritu Santo que permite al creyente vivir en conformidad con la voluntad de Dios