La inmunidad adaptativa es crucial para la defensa del organismo, con linfocitos B y T, células presentadoras de antígenos y células efectoras como protagonistas. Estos componentes reconocen antígenos específicos, generan memoria inmunitaria y regulan respuestas para prevenir enfermedades autoinmunes. La inmunización pasiva, aunque temporal, ofrece protección inmediata en situaciones de urgencia.
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Los linfocitos T son esenciales en la defensa inmunológica al destruir patógenos intracelulares y colaborar con los linfocitos B en la producción de anticuerpos
La inmunidad activa se adquiere tras la exposición a un antígeno y proporciona una respuesta inmunitaria específica y memoria a largo plazo
La inmunidad pasiva se obtiene mediante la transferencia de anticuerpos o células inmunitarias de otro individuo, proporcionando protección inmediata pero temporal
La inmunización pasiva es una intervención médica que proporciona resistencia inmediata mediante la administración de anticuerpos preformados
La inmunización pasiva se utiliza en situaciones de urgencia, como la transferencia de inmunoglobulinas maternas al neonato o el tratamiento con sueros antitoxinas en casos de infecciones graves
La respuesta inmunitaria adaptativa se distingue por su capacidad de reconocer y responder a una amplia diversidad de antígenos mediante los linfocitos y sus receptores específicos
La memoria inmunitaria permite una respuesta más rápida y eficaz ante exposiciones subsiguientes al mismo antígeno
La regulación de la respuesta inmunitaria y la tolerancia inmunológica son fundamentales para mantener la homeostasis y prevenir enfermedades autoinmunes
Los linfocitos B y T son responsables de la inmunidad humoral y celular, respectivamente
Las células dendríticas son las más eficientes en la presentación de antígenos a los linfocitos
Las células efectoras trabajan en conjunto para erradicar el antígeno y pueden ser linfocitos T cooperadores, citotóxicos o reguladores